
El sueño es un proceso fisiológico que se estructura durante los primeros meses de vida, a través de la maduración de la parte del cerebro que actúa como reloj del sueño, pero para que se “normalice” en cuanto a los despertares es necesario esperar al menos. hasta el primer año de vida: los primeros meses el peque distingue poco la noche del día y tiene, fisiológicamente, ciclos de sueño más rápidos y fases del sueño de duración y distribución diferente del adulto, luego gradualmente durante el primer año los ciclos se alargan hasta parecerse a los nuestros. A pesar de ello, los primeros años la noche puede ser para el niño un momento delicado y pueden seguir con varios despertares buscando nuestra presencia y consuelo. Al año de vida sigue siendo normal despertarse 2-3 veces por noche.
Luego hay momentos de mayor vulnerabilidad.
El acto de quedarse dormido, perder el control de la vigilia y quedarse dormido, es un momento delicado que puede despertar (disculpen el juego de palabras) inseguridad. Los primeros meses es normal que no tenga esa capacidad de calmarse por sí mismo y necesite el apoyo de los padres, pero si ese apoyo del adulto viene de la tranquilidad, es más fácil que el niño desarrolle la capacidad de lidiar con los pequeñas inseguridades del crecimiento. En los primeros años, a esta capacidad se le llama autorregulación y sienta las bases para, posteriormente, poder gestionar de forma autónoma los retos diarios, encontrar un equilibrio emocional y construir una buena imagen de sí mismo.
Alrededor de los 8-9 meses, cuando ya ha empezado a diferenciarse (reconocerse, lo que implica verse como ser separado) de sus padres, es normal que el niño pase por una fase de ansiedad de separación, es decir, se vuelva mucho más consciente de los momentos de separación de sus padres, y entre ellos la hora de dormir. Esto puede provocar más dificultades con el sueño, es una fase de transición en la que el niño necesita estar acompañado con cierta flexibilidad. Alrededor de los 8-9 meses vemos, de hecho, que aparece la llamada ansiedad del extraño. En realidad, no hace falta que sea una verdadera angustia: se trata más bien de la conciencia de la presencia de un extraño ante el que se la primera rección es de prudente desconfianza. Por eso, no te sorprendas si el niño, que hasta ahora se había dejado levantar por un extraño, ahora protesta ya solo con su proximidad: es completamente normal y sería extraño que no sucediera a esta edad.
En general, el desarrollo puede pasar por otros periodos de inseguridad, sobre todo en momentos de muchos cambios (cuando empieza a caminar solo, empieza la guardería, en un viaje o durante una infección por leve que sea…), y el propio sueño es una fase sensible a estos momentos.
También es cierto que hoy en día muchos niños (hasta un 40% en según algunos estudios) tienen problemas para dormir, unos más que otros.
Además del aspecto de la seguridad emocional a partir de la relación padre-hijo que hemos visto cómo juega un papel importante en el sueño, los estímulos ambientales también tienen su relevancia, existiendo factores que pueden interferir y otros que pueden facilitar el sueño:
Evita la exposición a pantallas (televisor, celular, tablet): por un lado, la luz azul de las pantallas interfiere con el sueño, por otro, este tipo de estímulos favorece, sobre todo en los niños pequeños, agitación interna, los estresa por dentro a pesar de dar la sensación de calmarlos porque los vemos entretenidos.
Utiliza luz cálida (amarilla) horas antes de acostarte, evita la luz blanca (neón…).
Se ha visto que, entre otras funciones, la exposición a la luz solar ayuda a regular el sueño. Debemos evitar la exposición prolongada al sol en las horas más intensas, pero no irnos al extremo contrario.
Es mejor dedicar las últimas horas antes de acostarlo a juegos tranquilos.
El uso de rutinas facilita el aprendizaje del sueño: acostarlo más o menos siempre a la misma hora, crear rituales que anticipen en su mente la llegada de la hora de dormir y otros rituales que lo acompañen (algunos: darle un baño, dar las buenas noches al resto de la familia, poner un peluche a dormir junto con él, encender una luz tenue si tiene miedo a la oscuridad, cantarle una canción de cuna…)
No conviene animarle a que se duerma en el sofá o en un lugar que no sea su nido: asociar la hora de dormir con un lugar adecuado es una de esas rutinas que le darán seguridad.
El momento de pasar al bebé a su cama y la elección del colecho, en cambio, dependen de factores culturales, sociales, económicos y familiares y no son en sí mismos indicativos.