Loading

DESDE QUE SOY PADRE

DESDE QUE SOY PADRE

He aprendido a vivir alimentándome de sus sobras

A cocinar versiones simplificadas e insípidas de los platos que me gustan

A comer en tiempos récord casi incompatibles con la digestión humana

A tomar café con una mano mientras conduzco el cochecito con la otra

A tomar una cerveza en la plaza y, entre sorbo y sorbo, perseguirle con aceleraciones increíbles que llaman la atención de todas las mesas

A apreciar la despreocupación planificada y cronometrada de media hora al día

A quedarme dormido mientras le leo el cuento, intentando aguantar unas frases más hasta perder el conocimiento, y luego, cuando me pilla, despertarme con un jadeo y continuar la misma historia con la máxima coherencia, como si se tratara de una pausa narrativa premeditada y legítima

A vestirme por las mañanas, antes de llevarle a la guardería, en tiempos antes impensables, cogiendo ropa al azar mientras me cepillo los dientes para luego, puntualmente una de cada dos veces, justo antes de salir, descubrir que tengo que volver a cambiarme porque me ha manchado la camiseta de leche cuando intentaba darle el desayuno mientras gritaba “¡no! ¡yo solo!”.

A caminar de puntillas a la velocidad de un perezoso sedado para no despertarle cuando cruzo el pasillo, parándome en un pie en poses estrambóticas de bailarina experimentada a cada crujido del parqué

Cantar de memoria canciones de 2 años con el mismo entusiasmo que cuando descubrí tardíamente a De Andrè

A dormirlo para la siesta, sosteniendo 16 kilos mientras bailo y canto, sin aliento, El vals del mosquito repetido x4, que es la única canción que le relaja desde que tenía 9 meses y no llegaba a los 8 kilos, hasta que siento que su respiración se vuelve pesada, momento en el que busco desesperadamente un espejo para cerciorarme de que realmente duerme mientras mi bíceps izquierdo inicia una contractura que me distrae de la tendinitis de Aquiles provocada por demasiados valses improvisados. En ese momento corro hacia su cama para acostarlo con una lentitud prudente pero excesiva que acentúa la contractura, conduciéndola inexorablemente hacia el espasmo muscular, mientras me convenzo de que el dolor físico es sólo una fase transitoria pero necesaria de la paternidad y que, después de todo, debería alegrarme porque desde que era adolescente no tenía unos bíceps tan tonificados, sobre todo el izquierdo

A tolerar llantos de 1200 decibelios simulando la calma de un yogui a pocos pasos del Nirvana mientras la sangre hierve dentro de mis venas

Improvisar excusas ridículas cuando su madre me señala que le puse la camiseta al revés, le dejé 12 horas con el mismo pañal que a estas alturas le pesa tanto que no puede andar, le puse calcetines desparejados, excusas como:

“Hoy en día casi todas las camisetas son de doble cara, seguro que esta también lo es, sólo tenemos que despegar la etiqueta”.

“El pañal estaba seco hasta hace media hora, de repente se ha bebido un litro de agua, iba a cambiarlo ahora mismo, ¿no puedes esperar un momento antes de anticiparte a mis pensamientos?”.

“No es que los calcetines estén desparejados, es que uno de ellos se descoloró en la lavadora, porque los pusiste en dos lavadoras distintas, tienes que tener más cuidado, yo no cometo estos errores”

He aprendido a contestar con una sonrisa socarrona a las viejecitas de la calle cuando me corrigen sobre cómo cogerlo, porque con la boca apretada contra mi hombro el pobre no puede respirar, o sobre cómo ponerlo en el cochecito, porque con las piernas colgando hacia abajo, cuando crezca le salen pies de pato y no hay más remedio que operar, mordiéndome la lengua para no vomitar respuestas emocionales del tipo “No vengas a decirme tonterías que soy pediatra, y además no es que por ser tío tengas derecho a tratarme padre inepto, me esfuerzo, ¡iros ya, dejadme en paz! “

He aprendido a trastocar todos los planes de fin de semana, viajes y vacaciones porque puntualmente nada más llegar a un sitio empieza a tener décimas de fiebre por un virus cogido por otro niño 18 días antes que estuvo incubando hasta el momento de poner pie en el avión

Pero sobre todo, he aprendido que estoy total e inevitablemente supeditado a un ser minúsculo de dos años que, tras una hora de lloriqueos, rabietas y chillidos sin sentido que han agotado todas mis -poco destacables- capacidades de autocontrol, con un abrazo y una palabra -papá- me desconcierta y me catapulta de una exasperación que temo ser el preludio de una neurosis embarazosa de justificar, al más tierno y apaciguado sentimiento de amor imaginable

Ah, y he aprendido a reflejarme en los ojos de mis hijos. Porque los hijos son un espejo. A veces tan tranquilizador como un mar en calma en una mañana de primavera. Otras veces, cuando revela las imperfecciones, los defectos que no me gustan de mi, las limitaciones y heridas que arrastro, terrible como un mar en la tormenta

Rispondi

%d blogger hanno fatto clic su Mi Piace per questo: